viernes, 10 de octubre de 2008

CONOCIENDONOS MEJOR

EN NUESTRA LUCHA ENTRE EL BIEN Y EL MAL

Lectura Bíblica: Romanos 7:19-24; Josué 7:21

Quiero en esta noche referirme a la historia de ACÁN, en el A.T., quien participo en la toma de Jericó y se dejó tentar por un lindo manto babilónico, además de otros objetos de valor, como doscientas monedas de plata, y un lingote de oro que pesaba medio kilo (Josué 7:21).

ACÁN sucumbió ante la belleza de un a tela y el valor que significaba para el lo demás, claro no existían en aquel entonces las cámaras de video como las que hay en los súper, pero no tuvo en cuenta la mirada penetrante del Señor en Jericó.

En esta noche no me pondré a juzgar la conducta de Acán; eso ya lo hizo Dios en su momento. Este hecho nos ha de servir como disparador para descubrir:

LA FRAGILIDAD HUMANA

Me gustaría que pudiésemos mirar en la fragilidad humana que se resquebraja ante una seda que alucina o un pedazo de oro abandonado por un pueblo vencido. ¿Para qué una manta de seda en la tienda de Acán a cambio de la derrota de su pueblo ante los ejércitos enemigos? ¿Para que un poco más a riesgo de perderlo todo?

Creo que todos sabemos que el “moralismo” esclaviza, y no ha sabido explicar la complejidad del drama humano que se debate, como lo señala el apóstol Pablo entre y Romanos 7:19-24).

Pero sin embargo la teología tiene respuestas ha estos interrogantes planteados, por supuestos estas respuestas son para los hijos de Dios.

Pablo –teólogo por excelencia- describe el conflicto entre nuestro pensar y nuestro obrar cuando exclama: “Así que descubro esta ley: que cuando quiero hacer el bien, me acompaña el mal. Porque en lo íntimo de mí ser me deleito en la ley de Dios: pero me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley, que es la ley del pecado. Esta ley lucha contra la ley de mi mente, y me tiene. ¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librara de este cuerpo mortal?” (Romanos 7:21-24).NVI

El pecado nos alienta, en el sentido de que nos compromete en un destino que es contrario a nuestras aspiraciones profundas y a la vocación a la que Dios nos llama. Es la contradicción que Pablo pone en evidencia; el hombre desea el bien y lo quiere, pero sin éxito, ya que no logra con total éxito evitar el mal.

Siglos después, Lutero enseñaba, sobre la base de los textos paulinos, que el ser humano es justo y pecador al mismo tiempo; es al mismo tiempo santo y profano; es tanto hijo como enemigo de Dios.

En nuestros días decimos es capaz de lo justo y de lo injusto; de lo razonable y de lo absurdo; de defender la vida de los atormentados y de hurtar una nuez del súper.

Esta paradoja de la coexistencia de la gracia y el pecado siempre ha sido polémico su tratamiento ayer como hoy.

El mayor énfasis de Lutero sobre el particular lo hace, no en demostrar la coexistencia de los dos términos contradictorios, si no en la situación del ser humano ante Dios. Lutero señala: todos somos pecadores y no podríamos presentarnos ante Dios alegando nuestras propias virtudes, sino solo acogiéndonos a la gracia de Dios.

El justo vive en conflicto y lucha animado por el Espíritu Santo, no animado por los meritos su propio esfuerzo personal. No estamos libres de sucumbir ante la tentación. Somos pecadores mientras estamos en el mundo, aunque justo por la esperanza que nos otorga la gracia de Dios.

Es el pecado lo que nos hace enemigos de Dios, pero no hay ninguna condenación para el justo que posee el Espíritu de Dios; “Por tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús” Romanos 8:1

Cuando profundizamos en el estudio de la teología y en particular la doctrina de la justificación algunos teólogos nos explican la espiritualidad protestante proponiendo algunas virtudes, entre ellas: la humildad, la compasión y el compromiso.

La Humildad, esta ligada al reconocimiento del pecado personal y estructural y a la conciencia de nuestra vulnerabilidad.

La Compasión, habla de nuestro acompañamiento amoroso de quienes caen presa del mal.

El Compromiso, de contribuir a la construcción de un mundo mejor que nos libre del “perfeccionismo individualista” (santidad narcisista). Pablo magistralmente nos enseña en su teología pastoral lo siguiente:

“Hermanos, si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben restaurarlo con una actitud humilde. Pero cuídese cada uno, porque también puede ser tentado. Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo. Si alguien cree ser algo cuando en realidad no es nada, se engaña sí mismo. Cada cual examine su propia conducta; y si tiene algo de que presumir, que no se compare con nadie. Que cada uno cargue con su propia responsabilidad” Gálatas 6:1-5.(NVI)

El justo –hecho justo por la gracia de Dios- se sabe pecador, pero al mismo tiempo se siente impelido a crecer cada día “a la plena estatura de Cristo” (Efesios 4:13)

Esta espiritualidad humilde, compasiva y comprometida, nos libra de esa otra espiritualidad, arrogante, insensible e indiferente, que ha ganado, por desgracia, el terreno de la religiosidad cristiana de este tiempo.

La gracia posibilita nuestro seguimiento del maestro. Aquí en nuestra condición terrenal el pecado nos acompañara por siempre, pero eso no niega el futuro que se aproxima: la plena liberación del pecado (del mal y el malo). Por eso es valido afirmar que en esta tierra somos peregrinos solidarios con destino futuro (Hebreos 11:13-16)

“Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más bien las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Al expresarse así, claramente dieron a entender que andaban en busca de una patria. Si hubieran estado pensando en aquella patria de donde habían emigrado, habrían tenido oportunidad de regresar a ella. Antes bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por tanto, Dios, no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les preparo una ciudad”.

JCA Diciembre 2007

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